El 13 de octubre, su vida fue arrebatada en un violento crimen que ha generado indignación y ha expuesto, una vez más, la crisis de seguridad en el país.
El reciente asesinato del sacerdote indígena Tzotzil Marcelo Pérez Pérez ha sacudido a la sociedad mexicana, en especial a las comunidades de Chiapas, donde el Padre Pérez era ampliamente conocido por su labor en la defensa de los derechos humanos y la paz.
Marcelo Pérez Pérez, miembro de la orden jesuita, dedicó su vida a proteger la dignidad de los pueblos indígenas y a mediar en conflictos en la región de Los Altos de Chiapas. Su incansable trabajo como defensor de los derechos de las comunidades vulnerables lo convirtió en una figura clave para combatir la pobreza y asistir a los desplazados. Sin embargo, su lucha por la justicia y la paz le atrajo la enemistad de grupos criminales que operan en la zona, quienes finalmente le silenciaron.
Este crimen ocurre en un contexto de creciente violencia en Chiapas, reflejado en la reciente megamarcha por la paz, realizada en septiembre, donde más de 20 mil personas, incluido el propio Padre Pérez, exigieron un alto a la violencia que azota la región. En ese evento, Pérez denunció la inacción del gobierno ante la crisis, señalando que las autoridades no solo no intervenían, sino que negaban la gravedad de la situación.
La Comisión Mexicana de Derechos Humanos (CMDH) ha lanzado un enérgico llamado al gobierno de México, liderado por Claudia Sheinbaum, para esclarecer de inmediato este asesinato. Exigen la captura de todos los involucrados y que no se minimice el caso, enfatizando que la impunidad en este tipo de crímenes solo profundiza la crisis de seguridad en el país.
El asesinato del Padre Pérez Pérez no solo es un ataque a la vida de un hombre comprometido con su comunidad, sino que es también un símbolo del fracaso del Estado para garantizar seguridad y justicia. La CMDH recalca que esta tragedia es un reflejo de la descomposición social que afecta a México, donde la violencia y la pobreza se entrelazan, y donde la política de abrazos y no balazos ha fallado en restaurar el orden.
